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¿Por qué creó Dios a los seres humanos si sabía que iban a pecar?

Ninguna mente humana finita puede formar adecuadamente la respuesta a esta pregunta. Sin embargo, la Biblia proporciona una perspectiva esencial. De pasajes como 2 Timoteo 1:9 y Tito 1:2, aprendemos que antes de que Dios creara nada, formó e inició un plan para expresar la plenitud de su amor y su gracia a y a través de nosotros los humanos, los «portadores de su imagen». Dios comenzó a elaborar su plan para redimir a los seres humanos del pecado antes de iniciar sus obras de creación.

Dios es omnisciente, no solo con relación al pasado y al presente, sino también respecto del futuro. Por lo tanto, sabía de antemano que, al crear a Adán y a Eva —y a través de ellos a todos los seres humanos—, ellos pecarían (se rebelarían contra la autoridad de Dios) y que, como consecuencia de su pecado, toda su descendencia sería pecadora.

Dado que el amor es una característica que define la naturaleza de Dios, uno de sus propósitos al crear el cosmos es multiplicar y magnificar el amor. Dios podría haber creado a los humanos sin riesgo y sin libertad para elegir—o rechazar—una pacto con Él, pero la falta de libre elección habría privado a nuestra relación con Dios de cualquier significado o amor. Dios quería una relación de auténtico valor. Así que permitió a nuestros progenitores (y a nosotros, a través de ellos) ejercer la elección y experimentar sus consecuencias.

Dios podría haber decidido no plantar un árbol prohibido entre todos los árboles del Edén. Podría haber dejado fuera del Jardín a la más poderosa e inteligente de sus criaturas angélicas caídas. Pero no lo hizo. ¿Por qué no lo hizo? Dios pretendía lograr un bien mayor. Ese bien mayor era llevar a un número incontable de humanos (Apocalipsis 7:9) a una relación amorosa eternamente segura con él, mediante la cual la capacidad de libre albedrío de esos humanos para experimentar y expresar el amor aumenta exponencialmente. Para lograr ambos objetivos es esencial que el libre albedrío de los humanos sea puesto a prueba al máximo. Por eso, Dios expuso a los humanos a la mayor tentación posible y al más poderoso e inteligente tentador.

En su infinita misericordia, Dios trazó un camino para darnos a todos una segunda oportunidad. Aunque nosotros no pudimos resistir al tentador, el Hijo encarnado de Dios sí pudo hacerlo, ¡y lo hizo! Jesús, el segundo ‘Adán’, permaneció fiel a su Padre, y por toda su bondad sufrió las consecuencias plenas de nuestras decisiones erróneas. Sacrificó su cuerpo justo en lugar del nuestro para cumplir la justicia de Dios y abrir un camino —a través de nuestra elección de confiar en su bondad— para experimentar una relación eternamente segura con Dios, una relación «probada» que nunca puede ser rota porque nunca puede enfrentar una prueba mayor.

De modo que el plan de Dios aumenta la capacidad de los seres humanos para experimentar amor y vida, alegría y creatividad, y mucho más, para siempre. También equipa y entrena a los humanos redimidos para carreras exigentes, significativas y satisfactorias en la nueva creación que está por venir. A diferencia de los ángeles que permanecieron leales a Dios, los humanos que eligen la oferta de redención de Dios llegan a experimentar la gracia de Dios, su favor inmerecido e irrevocable. Al experimentar la gracia de Dios y permitirle que nos moldee en sabiduría, humildad y carácter semejante al de Cristo, nos preparamos para futuras recompensas y aventuras que nuestra mente apenas puede imaginar (1 Corintios 2:9).