¿Es el «ocultamiento» de Dios una objeción racional al cristianismo?

«¡No hay suficientes pruebas, Dios! No hay pruebas suficientes»1Esa fue la respuesta del famoso filósofo secular Bertrand Russell2 cuando le preguntaron qué diría teóricamente en defensa de su incredulidad si se encontrara frente a Dios el día del juicio.

Una de las afirmaciones comunes que hacen los ateos para objetar la existencia de Dios es que Dios está¡ oculto. Esta impugnación al «ocultamiento de Dios» puede adoptar las siguientes formas:

  • Si Dios existe, su existencia no es tan evidente como debería.
  • Si Dios existe, debería haber más pruebas.
  • Si Dios quiere que la gente crea en él, no ha dado a conocer adecuadamente su presencia.

Entonces, ¿está¡ Dios de alguna manera oculto o escondido? ¿Y ese ocultamiento constituiría una objeción racional sustantiva a la creencia en el Dios bíblico?

Una respuesta cristiana histórica
La Escritura es el lugar donde hay que empezar a abordar la cuestión de si Dios se ha dado a conocer adecuadamente.

Revelación
Las religiones bíblicas del judaísmo y el cristianismo son religiones de revelación. Eso significa que afirman que Dios se ha revelado en la vida y en el mundo. Según las Escrituras judeo-cristianas, Dios se ha dado a conocer de cuatro maneras distintas.

  • En la naturaleza

Dios se ha revelado a todos los hombres en todas partes a través del mundo natural (Salmo 19:1-4):

Los cielos proclaman la gloria de Dios,
Y el firmamento anuncia la obra de Sus manos.
Un día transmite el mensaje al otro día,
Y una noche a la otra noche revela sabiduría.
No hay mensaje, no hay palabras;
No se oye su voz.
Pero por toda la tierra salió su voz,
Y hasta los confines del mundo sus palabras.

De esta afirmación sobre la gloria manifiesta de Dios, el biblista Bruce Demarest extrae la siguiente conclusión: La existencia, el poder y la gloria de Dios se revelan en el mundo natural y son «perpetuos e ininterrumpidos», «sin palabras e inaudibles» y «de alcance mundial».3

Los escritos del apóstol Pablo en el Nuevo Testamento coinciden con lo que el rey David escribió en los Salmos sobre la revelación de Dios en la naturaleza (Romanos 1:18-21):

Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres, que con injusticia restringen la verdad. Pero lo que se conoce acerca de Dios es evidente dentro de ellos, pues Dios se lo hizo evidente. Porque desde la creación del mundo, Sus atributos invisibles, Su eterno poder y divinidad, se han visto con toda claridad, siendo entendidos por medio de lo creado, de manera que ellos no tienen excusa. Pues aunque conocían a Dios, no lo honraron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se hicieron vanos en sus razonamientos y su necio corazón fue entenebrecido.

Pablo declara que todas las personas ven, entienden y conocen a Dios. Además, la incredulidad es moral y epistemológicamente inexcusable. Los seres humanos caídos tienden a suprimir su conocimiento de Dios, por lo que la fe sólo resulta de una gracia especial.

  • En la conciencia

Según la Escritura, Dios se ha dado a conocer a cada persona en términos más personales a través de su conciencia moral (Romanos 2:14-15):

Porque cuando los gentiles, que no tienen la ley, cumplen por instinto los dictados de la ley, ellos, no teniendo la ley, son una ley para sí­ mismos. Porque muestran la obra de la ley escrita en sus corazones, su conciencia dando testimonio, y sus pensamientos acusándolos unas veces y otras defendiéndolos.

En este pasaje, Pablo transmite que todas las personas (tanto judí­as como gentiles) tienen la ley moral de Dios escrita en sus corazones y, por tanto, poseen un testimonio interno de la existencia de Dios y de los requisitos morales básicos.

Basándose en las declaraciones de Pablo, el reformador Juan Calvino desarrolló lo que se conoce como sensus divinitatis (en latí­n: «sentido de lo divino»). En las Instituciones de la Religión Cristiana Calvino escribió:

«Existe en la mente humana, y de hecho por instinto natural, una conciencia de la divinidad. Esto lo consideramos indiscutible. Para evitar que alguien se refugie en la pretensión de ignorancia, Dios mismo ha implantado en todos los hombres una cierta comprensión de su majestad divina».4

Algunos filósofos cristianos -como parte de la Nueva Epistemología Reformada que siguió a Calvino- han argumentado que la creencia en Dios es una creencia propiamente básica. Esto significa que una persona es racional al creerla aparte de otras creencias o pruebas. Es similar a creencias como la existencia de un mundo externo, la realidad del pasado y la presencia de otras mentes además de la propia. Así­, para estos pensadores cristianos la creencia en Dios puede ser confirmada mediante pruebas y argumentos, pero no está fundamentada en ellos.

  • En la historia

Dios se reveló en la historia a su pueblo de la alianza, Israel. Dios se comunicó con sus patriarcas, profetas y reyes hebreos elegidos. Esta revelación divina fue finalmente encapsulada y explicada por los escritores inspirados en el Antiguo Testamento (Éxodo 34:27; Deuteronomio 18:18).

La auto-revelación más específica de Dios se produce en la encarnación histórica de Jesucristo como el Dios-hombre cuya vida, muerte y resurrección expía el pecado humano y reconcilia a las personas con Dios (Juan 1:1-4, 14):

En el principio ya existí­a el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio con Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de Él, y sin Él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En Él estaba la vida, y la vida era la Luz de los hombres… El Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, y vimos Su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.

En el prólogo del cuarto Evangelio, el apóstol Juan afirma que Dios Hijo ha «armado su tienda» entre nosotros en la historia de la humanidad (otra forma de traducir «habitó entre nosotros») y se ha dado a conocer de forma cercana y personal. Cuando la gente se encontró con Jesucristo, vio a Dios en carne y hueso.

  • En la Escritura

Los cristianos creen que la revelación de Dios en la historia se ha inscrito en el texto bí­blico. Dios inspiró los escritos de sus profetas del Antiguo Testamento y de los apóstoles del Nuevo Testamento para producir el canon bí­blico (2 Pedro 1:20-21).

Pero ante todo sepan esto, que ninguna profecía de la Escritura es asunto de interpretación personal, pues ninguna profecía fue dada jamás por un acto de voluntad humana, sino que hombres inspirados por el Espíritu Santo hablaron de parte de Dios.

En resumen, Dios se ha revelado en dos libros: el Libro figurado de la Naturaleza (el mundo de Dios) y el Libro literal de la Escritura (la Palabra de Dios).

Así que, desde una perspectiva bíblica, Dios no está oculto como afirman los escépticos. Dios se revela en la naturaleza, en la conciencia humana, en la historia de la nación de Israel y en la persona histórica de Jesucristo, y en las Escrituras. Y, desde el punto de vista bíblico, la negación de la existencia de Dios no se debe a su ausencia, sino a la insensibilidad moral y espiritual resultante de la condición rebelde y caída de la humanidad (Salmo 14:1; Romanos 1:18-21; 5:12, 18-19).

En el próximo artículo pienso considerar los argumentos que también pueden abordar la llamada objeción de «falta de pruebas».

Reflexiones: Tu turno
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Recursos

Notas

  1. Michael J. Murray and Michael C. Rea, An Introduction to the Philosophy of Religion (Cambridge, UK: Cambridge University Press, 2008), 123–56.
  2. Bertrand Russell (1872-1970) fue un filósofo británico, lógico, ensayista, crítico social y uno de los fundadores de la filosofía analítica. Dos de sus obras más importantes sonA History of Western Philosophy (New York: Simon & Schuster, 1945) y Why I Am Not a Christian(New York: Simon & Schuster, 1957).
  3. Bruce A. Demarest, “Revelation, General,” in Evangelical Dictionary of Theology, ed. Walter A Elwell (Grand Rapids, MI: Baker, 1984), 944–45.
  4. John Calvin, Institutes of the Christian ReligionI.3.1, ed. John T. McNeill, trans. and ind. Ford Lewis Battles, Library of Christian Classics (Filadelfia: Westminster Press, 1960), 1, 43.