El cristianismo y los derechos humanos: Cuando la renuncia a nuestros derechos muestra el amor a los demás
Desde las protestas en Myanmar por la negativa a reconocer los resultados de una votación democrática, hasta las marchas contra la discriminación racial en Estados Unidos, pasando por los movimientos para erradicar la trata de personas, personas de todo el mundo reconocen la importancia de defender los derechos humanos.
Los derechos humanos se basan en el hecho de que todo ser humano tiene una dignidad inherente. Cuando negamos a las personas sus derechos o extendemos esos derechos inherentes sólo a algunos, no respetamos esa dignidad. Por ejemplo, Martin Luther King Jr. señaló que la discriminación racial degrada al ser humano al no tratar a las personas con dignidad por el color de su piel. En la “Carta desde la cárcel de Birmingham” contó que su hija lloró cuando tuvo que decirle que no podía ir a un parque de atracciones debido a la discriminación racial.1
El filósofo Joel Feinberg imaginó un mundo en el que las personas son virtuosas y se adhieren a los deberes morales, pero en el que no existe la capacidad de reclamar cuando los derechos de uno han sido violados. Feinberg argumentó que este mundo sería moralmente defectuoso, ya que no reconocería la dignidad humana.2 La capacidad de reclamar que los derechos de uno han sido violados reconoce la dignidad humana. Cuando señalamos que se han vulnerado los derechos de otras personas y trabajamos para reivindicar y proteger sus derechos, tratamos a esa persona con dignidad. Las tratamos como si fueran importantes, y es que lo son.
La comunidad mundial ha reconocido la importancia de los derechos humanos y su fundamento en la dignidad humana. La Declaración Universal de los Derechos Humanos, adoptada tras la Segunda Guerra Mundial y sus horrores, afirma que “la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana”.3
Sin embargo, algunos pensadores, como el filósofo Charles Taylor, señalan que basarse en los propios derechos puede ser problemático porque se basa en el individualismo.4 Por ejemplo, tenemos derecho a controlar nuestra propiedad. Si tengo un espacio de estacionamiento asignado donde vivo, puedo indignarme si alguien se estaciona en mi espacio. Han violado mi derecho a estacionar ahí, yo pago por el derecho de estacionar ahí. ¿Cómo se atreven? Sin embargo, digamos que un vecino anciano está en su lecho de muerte y la gente viene a visitarlo antes de que fallezca. Hay un número limitado de estacionamientos. Si insisto en que nadie puede estacionar en mi espacio, estoy en mi derecho de hacerlo. Pero sería egoísta por mi parte no ceder mi derecho en esta situación.
A menudo se argumenta que tenemos un estricto deber moral de no infringir los derechos de los demás (deberes negativos), pero no estamos moralmente obligados a ayudar a las personas necesitadas si no hemos violado sus derechos. Esto significa que los deberes positivos de ayudar a las personas son -como los llamó el filósofo alemán Immanuel Kant- deberes imperfectos.5 Esto significa esencialmente que usamos la discreción cuando elegimos ayudar a las personas y no estamos obligados a ayudar a todos. Muchas personas pueden ver a alguien necesitado de ayuda y no acudir en su ayuda, consolándose con el hecho de que, como no han causado el sufrimiento de esa persona, no hacen nada malo al no ayudarla.
Esto significa que tengo el deber moral de no estacionar en el espacio asignado para el estacionamiento de otra persona. Sin embargo, no tengo el deber moral de ceder mi espacio de estacionamiento a otra persona y, por tanto, no estoy violando sus derechos por no cederle mi espacio.
Así que, por un lado, los derechos humanos reconocen y, cuando se aplican, protegen la dignidad de todas las personas en cualquier lugar. Sin embargo, por otro lado, centrarme únicamente en mis derechos puede hacer que me ensimisme y sea egoísta. ¿Cómo se pueden conciliar estas dos cosas? Es vital reconocer la importancia de los individuos. Sin embargo, una comunidad de personas centrada únicamente en sus propios derechos no conduce a una sociedad floreciente. ¿La solución es abandonar el concepto de derechos humanos porque se basa en el individualismo y puede utilizarse para justificar el egoísmo? No, hay un modelo para tratar a los individuos con dignidad y, al hacerlo, proteger sus derechos evitando el egoísmo en el proceso.
El cristianismo, al igual que el judaísmo, explica que todos los seres humanos tienen dignidad porque hemos sido creados a imagen de Dios (Génesis 1:26-27). Por tanto, para respetar la dignidad de todas las personas, debemos proteger los derechos humanos. Pero el cristianismo también apoya la renuncia a los propios derechos para amar a los demás. Por ejemplo, el buen samaritano arriesgó su seguridad física y utilizó sus bienes personales para ayudar al viajero herido. Si el buen samaritano se adhiriera a la teoría de que sólo tenía deberes morales negativos, podría haber pasado de largo y no haberse visto obligado a ayudar, porque no fue él quien atacó y robó a este pobre hombre (Lucas 10:25-37). Jesús señaló que ésta es la forma en que debemos amar a nuestro prójimo, sin pretender que tenemos derecho a una seguridad física absoluta y un derecho absoluto a usar nuestra propiedad personal como queramos.
Además, Jesús es Dios y renunció a su derecho a ser tratado como igual a Dios para mostrar la profundidad del amor de Dios por la humanidad. Pablo escribe que Jesús:
el cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a Sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose en forma de hombre, se humilló Él mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. (Filipenses 2: 6-8 NBLA)
No hay duda de que los derechos de Jesús fueron groseramente violados en la crucifixión. Pero él consideraba que el valor de su sacrificio era mayor que la violación de esos derechos porque su sacrificio significaba la salvación de todos los humanos que creyeran y le siguieran. Esto muestra cómo Jesús valoraba la dignidad de las personas.
La protección de los derechos humanos reconoce el inmenso valor de las personas y conduce al florecimiento humano, pero también debemos reconocer que nuestros derechos no son una excusa para centrarnos únicamente en nosotros mismos. A veces tenemos que renunciar a nuestros derechos para amar a otras personas. El cristianismo nos proporciona un modelo perfecto en Jesús, que se entregó como un acto de amor por nosotros. No tenemos que abandonar los derechos humanos para no arriesgarnos a estar ensimismados. Hacerlo sería una gran pérdida.
Notas
- Martin Luther King Jr., “Letter From a Birmingham Jail,” African Studies Center, University of Pennyslvania (April 16, 1963).
- United Nations, “Universal Declaration of Human Rights,” un.org/en/about-us/universal-declaration-of-human-rights.
- Joel Feinberg and Jan Narveson, “The Nature and Value of Rights,” Journal of Value Inquiry 4 (December 1970): 243–260, doi:10.1007/BF00137935.
- Charles Taylor, “A World Consensus on Human Rights,” Dissent, Summer 1996, dissentmagazine.org/article/a-world-consensus-on-human-rights.
- Immanuel Kant, Grounding for the Metaphysics of Morals, 3rd ed., trans. James W. Ellington (Indianapolis: Hackett Publishing, 1993).