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El ecologismo cristiano en la era de los bobos

En su libro Bobos in Paradise: The New Upper Class and How They Got There(Los bobos en el paraíso: La clase alta neoyorkina y como llegaron ahí), del año 2000, el columnista del New York Times David Brooks acuñó el término “bobos” para describir la norma cultural actual que abraza una dualidad de valores bohemios y burgueses.1 No sólo es un término adecuado para describir gran parte de la Norteamérica secular moderna, sino que también es útil para los cristianos que se enfrentan a los desafíos de vivir en los Estados Unidos hoy en día. Muchos de esos desafíos son obvios (por ejemplo, el nuevo pluralismo espiritual y el relativismo moral), pero otros pueden ser furtivos y sutiles, sonando inocentes pero planteando importantes cuestiones espirituales.

La mayordomía cristiana frente al ecologismo secular

Un ejemplo es la obligación cristiana de cuidar el medio ambiente. Las Escrituras no dejan lugar a dudas de que los seres humanos deben respetar el universo creado por Dios y cuidar la naturaleza. La mayordomía es la esencia misma del mandato de Dios de que los seres humanos ejerzan “dominio sobre la naturaleza” (Génesis 1:28). La segunda encíclica del Papa Francisco, Laudato Si, subrayó esta obligación cuando explicó que tomó su nombre de San Francisco de Asís, conocido por su expresa humildad hacia la naturaleza.2

Sin embargo, los cristianos preocupados se preguntan si una reverencia sin reservas hacia la naturaleza corre el riesgo de comprometer el compromiso cristiano con los seres humanos. Esta cuestión se remonta a un ensayo publicado en 1967 por el difunto profesor de historia de la UCLA (Universidad de California en Los Angeles), Lynn White Jr, en el que White achacaba nuestra crisis ecológica al mandato de Génesis 1:26 de que los seres humanos deben “dominar” la naturaleza.3 White argumentaba que las civilizaciones occidentales, influidas por el cristianismo, consideraban que tenían vía libre para explotar la naturaleza con fines humanos egoístas. Está claro que eso no es lo que Dios quería, aunque es discutible que algunos cristianos profesos lean las Escrituras de esa manera. La interpretación de White es especialmente importante, ya que pasa por alto la enseñanza del Antiguo Testamento de que los seres humanos deben gestionar los recursos de la tierra no sólo en beneficio de los humanos, sino también en beneficio de toda la vida en la tierra (Génesis 1:26-28; Números 35:33-34; Proverbios 12:10).

White creía que el ecologismo era espiritual. Instó a los seres humanos a verse como parte de la naturaleza y con el mismo valor, no superior a ella. Los cristianos con criterio vieron en ello un desafío implícito a la idea de que los humanos son creaciones especiales de Dios. En su Sermón de la Monte, Jesús ilustra vívidamente la visión bíblica de la humanidad: así como Dios valora las aves del cielo y los lirios del campo, Jesús concluye: “¿No son ustedes de mucho más valor que ellas?” (Mateo 6:26-31 NBLA). A diferencia de cualquier otra especie de la creación, los seres humanos fueron creados a imagen de Dios (Génesis 1: 26).

Puede que White no haya acertado con las Escrituras, pero se impuso. La retórica de la igualdad con la naturaleza se expresaría en los manifiestos de los principales grupos ecologistas, e incluso se identificaría como un principio fundamental de un “Nuevo Paradigma Medioambiental” en el que el “antropocentrismo” cristiano se considera hostil a la naturaleza.4 En la década de 1990, las encuestas mostraban que el 69% de los estadounidenses habían aceptado la idea de que los humanos son iguales a la naturaleza.5

Aunque existe un atractivo romántico en elevar la naturaleza de esta manera, el riesgo sutil es que puede desviar la atención de las tragedias humanas mientras se exageran los problemas medioambientales para llamar la atención. La metáfora popular de la “tierra como nave espacial” es la que mejor capta la condición humana moderna, en la que un tercio de los habitantes vive en primera clase mientras que dos tercios viven en la bodega de la nave. Allí, la gente sufre de una atención sanitaria inadecuada, escasez de agua potable, saneamiento, nutrición y refugio. Si se eleva la naturaleza con la vista gorda a estas necesidades humanas, se convierte en una religión propia, con una tendencia natural a exagerar los problemas medioambientales mientras se roban titulares y recursos y se imponen barreras al crecimiento económico y a los avances del industrialismo necesarios para servir a los que están en la bodega de la nave espacial tierra.

En busca del equilibrio

En busca del equilibrio Apocalypse Never: Why Environmental Alarmism Hurts Us All (Nunca el Apocalipsis: Por qué el alarmismo medioambiental nos perjudica a todos) publicado en el 2020, Michael Shellenberger, que fue nombrado “Héroe del Medio Ambiente” en 2005 por TIME, identifica un caso tras otro en el que se han exagerado las afirmaciones sobre la catástrofe ambiental pendiente, incluido el cambio climático, a menudo en detrimento de la satisfacción de las necesidades humanas.6 El suyo no es un alegato para ignorar el medio ambiente, sino para buscar el equilibrio. No se encuentra aquí un ataque contundente al ecologismo. No se puede leer a Shellenberger (no sólo sus palabras, sino la historia de su vida), o pasar tiempo con él, como he hecho yo, sin sentir en lo más profundo su corazón por la naturaleza y las personas. Busca una respuesta que el ecologismo romántico ha perdido y la encuentra en el humanismo.

Shellenberger reclama una ética alternativa. En concreto, propone una “nueva fe” en el “humanismo medioambiental”, que define como un compromiso con el “propósito moral trascendente del florecimiento humano universal y el progreso medioambiental”.7 Aunque valorar el bienestar humano es prácticamente una ética universal hoy en día, su formulación plantea la cuestión de las fuentes morales; en concreto, no se puede reclamar un “propósito moral trascendente” en una cosmovisión humanista que niega la trascendencia.

Shellenberger parece basarse en una afirmación humanista común, según la cual el valor del florecimiento humano es un gusto adquirido.8 Como ha argumentado el biólogo evolutivo Edward O. Wilson, los principios éticos modernos están arraigados en instintos que han sido “sometidos a un juicio según sus consecuencias” basado en su valor de supervivencia.9 Así, surgen patrones de conducta que han quedado arraigados en nuestro ADN humano a través de la evolución naturalista. Como ha señalado Charles Taylor, cuando se lleva a la práctica esta noción, básicamente se dice que el florecimiento humano es importante no porque los seres humanos tengan un valor inherente, sino sólo porque mejora la supervivencia. Las sociedades que valoran el bienestar humano viven más tiempo.10

Encontrar una fuente moral trascendente

Pero, ¿es sólo una cuestión de supervivencia? Sabemos que hay algo más. La noción de florecimiento humano nos atrae porque en nuestro corazón sabemos que las vidas de otros seres humanos son importantes y que hay algo intrínsecamente correcto en el cuidado de otras personas. Entonces, ¿cuál es la fuente de ese sentido interno de valor?

Shellenberger busca un propósito moral trascendente de florecimiento humano porque intuitivamente entiende que es parte de nuestra naturaleza humana universal buscar ese propósito superior. Al hacerlo, está reconociendo implícitamente una cualidad universal del ser humano que fue implantada en la creación por un Dios creador eterno que hizo a los humanos a su imagen y semejanza. Es lo que somos, estemos o no dispuestos a reconocerlo como fuente.

El ecologismo es, como muchos de los problemas a los que nos enfrentamos en esta “era de los bobos”, una preocupación compartida enmarcada en los valores de nuestra era secular moderna. Aunque este marco puede plantear a menudo sutiles desafíos para los cristianos, también puede ofrecer oportunidades para reafirmar la relevancia de las respuestas cristianas. En este caso, la respuesta cristiana destaca un equilibrio adecuado entre la naturaleza y el valor único del ser humano, al tiempo que señala la necesidad de Dios como fuente moral trascendente.

Notas
  1. David Brooks, Bobos in Paradise: The New Upper Class and How They Got There (New York: Simon and Shuster, 2000).
  2. Francis, Encyclical Letter Laudato Si’ of the Holy Father Francis on Care for Our Common Home (Rome: Vatican Press, 2015), http://www.environmentandsociety.org/mml/encyclical-letter-laudato-si-holy-father-francis-care-our-common-home.
  3. Lynn White Jr, “The Historical Roots of Our Ecological Crisis,” Science 155, no. 3767 (March 10, 1967), 1203–7, doi: 1126/science.155.3767.1203.
  4. Riley E. Dunlap and Kent D. Van Liere(1978), “The ‘New Environmental Paradigm,’” Journal of Environmental Education, 9, no. 4 (1978): 10–19, doi:1080/00958964.1978.10801875.
  5. Mark David Richards, “Public Opinion on Ecology and Nuclear Energy,” Perspectives on Public Opinion, Nuclear Energy Institute, July 1995.
  6. Michael Shellenberger, Apocalypse Never: Why Environmental Alarmism Hurts Us All (New York: HarperCollins, 2020).
  7. Shellenberger, 274.
  8. See Michael Shermer, The Moral Arc: How Science Makes Us Better People (New York: St. Martin’s Griffin, 2015).
  9. Edward O. Wilson, “The Biological Basis of Morality,” The Atlantic (April 1998), https://www.theatlantic.com/magazine/archive/1998/04/the-biological-basis-of-morality/377087/.
  10. Charles Taylor, Sources of the Self: The Making of the Modern Identity (Cambridge, MA: Harvard, 1989), 3–8.